viernes, 20 de noviembre de 2009

Improvisando, que es gerundio

Hoy ya tocaba alguna hazaña mía en la cocina...
Hace unos días decidí volver a hacer muffins de chocolate, como salieron tan bien tenía ganas.
Total, que fui sacando los primeros ingredientes y cuando estaba en la mitad de la receta... ¡¡¡Hecatombe!!! No hay huevos.
"¿Que hago, Esther? ¿Que hago, Esther? ¿Que hago, Esther? ¿Que hago, Esther? ... "
No me daba tiempo a salir a comprarlos y dejar todo aquello allí a medio hacer... ¡Tampoco podía sacar los huevos de la nada! Así que puse a trabajar mi capacidad de improvisación (poco desarrollada, la verdad...)
"Veamos... Si no hay huevos... Si no hay huevos..."
Primeramente tuve una idea tonta: "¡Ya está! Lo hago sin huevos." Podéis reíros.
Como es evidente, aquello fue una catástrofe porque la masa quedó mas espesa sin haber echado aun toda la harina, y mi "capacidad" de improvisación seguía intentando encontrar una solución...
"Si la masa está espesa... Le echo un poco más de leche." Aquella idea ya parecía tener algún fundamento, no obstante la pasta tenía un color blanquecino... Como decirlo... Poco apetitoso...
Cuando eché la levadura y la sal la masa volvió a tener una textura que más parecía arcilla que otra cosa, así que otra vez añadí más leche y así hasta que la masa quedó con la textura que yo creía recordar adecuada (si no me fallaba la memoria, que es muy común en mí).
Bueno, solucionado el problema de la textura, ahora queda el del color yeso... He de decir que a este no le di especial importancia, eché el chocolate y quedé contenta.
Me dí cuenta de que al no haber huevos, había menos masa (tampoco se notaba mucho pero lo suficiente como para darse cuenta) pero no se me ocurrió nada para solucionarlo: si le echaba más harina espesaría mas, si le echaba más leche se volvería más liquida... Total, volvemos al problema de antes.
Así que llené los moldes y al horno. Recé para que salieran comestibles (ya no ricos, sino comestibles... Con eso me valía).
Cuando se hicieron los saqué del horno y tuve algún pequeño problemilla para desmoldarlos, nada importante. Así que me dispuse a llevar a cabo el paso más decisivo: probarlos.
Y cual fue mi sorpresa... ¡Que estaban ricos! Y hasta esponjosos. He de decir que tenían un gusto un pelín más pastoso, como es normal, pero nada del otro mundo comparado con la odisea que sufrí mientras hacía la masa.

Definitivamente, no tengo mucho poder de improvisación pero supe salir de ésta airosamente. Supongo que es el sexto sentido que tengo que desarrollar... Y es que en la cocina, amigos, improvisar es, en muchas ocasiones, el as de la baraja.


Esther.

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